jueves, 16 de junio de 2011

La filosofía y el Hombre moderno



La filosofía vuelve a ocupar al hombre moderno, porque lo inquieta la forma en que está viviendo.
Antiguamente la filosofía griega era el refugio de una elite, descontenta y desilusionada por las continuas guerras, las injusticias, los abusos del poder, la violencia y las desigualdades sociales.
Los hombres con inquietudes intelectuales, con buena educación y generalmente de familias adineradas se reunían para tratar de entender al hombre, la realidad social y el sentido de la vida.
El conocimiento de la naturaleza también era de interés común así como de las matemáticas, la anatomía y la astronomía.
Los primeros filósofos griegos, desde el siglo VI a. de C., como Tales, Anaximandro y Anaxímenes, presocráticos, trataban de descubrir el origen del universo y se arriesgaban a elaborar teorías basadas en su intuición y teniendo en cuenta al hombre como parte de la naturaleza.

En el hombre moderno, especialmente en los últimos tres siglos, se ha venido produciendo una parálisis en las dimensiones cognitivas y volitivas al mismo tiempo que la dimensión afectiva ha ocupado un papel sobredimensionado al invadir aspectos propios de las otras dos facultades. No es un error ni una exageración, aunque la generalización siempre lleva algo de error y de exageración, decir que la afectividad es la operación que rige la conducta del hombre presente.

Es muy seguro que muchos no consideren que el conocimiento humano se haya atrofiado. Ciertamente en el último siglo se han producido avances científicos de tal magnitud que ensombrecen las centurias pasadas. Sin embargo, más allá del conocimiento práctico el pensamiento humano si se ha anquilosado respecto a tiempos anteriores. ¿Desde cuándo se viene produciendo? No es un traspié intelectual situar esta crisis en un momento histórico concreto: el idealismo alemán y, en concreto, entorno a la figura de Hegel. Desde luego el idealismo es el último gran momento del pensamiento, desde entonces no ha habido una apetito intelectual capaz de superar la impronta de Fichte, de Schelling y, sobre todo, de Hegel.

Analicemos, pues, todas las componentes que nos llevan a la actual crisis del pensamiento. Hegel es el último de los filósofos que intenta pensar sin reduccionismos el Absoluto y lo hace para intentar una construcción especulativa que no desatienda nada y, en la misma medida, para resolver la situación histórica del momento (romanticismo), en la que todo parece totalmente contradictorio. No hay que obviar tampoco que el hombre romántico es un sujeto que interiormente está sacudido, escindido, en continua lucha consigo mismo, entre la sensibilidad y la razón. Ante todo este maremágnum Hegel busca generar una filosofía total, a la manera del Estagirita y del Aquinate, que permita la unificación de las continuas oposiciones. Para ello considera oportuno emplear el método dialéctico, ya empleado por Platón y Aristóteles, del siguiente modo: en lugar de tomar las contraposiciones como dadas a la vez, se las considera distribuidas en un proceso que es real a través de ellas. Ahora bien, si las contraposiciones son momentos distintos resulta que en vez de estrellarse en ellas  se las puede pensar y conectar. Así, consideradas en proceso las oposiciones adquieren una nueva significación, que es el paso de una a otra: el paso de un momento a su contradictorio es una renovación, el logro de algo nuevo.
Este planteamiento de Hegel es un enfoque optimista frente a la paralización que la contrariedad viene produciendo en el hombre romántico. Así, en lugar de ver dos “cosas” opuestas las consideramos insertadas en un proceso en el que no existe tal oposición, sino que son dos momentos que fluyen en un proceso en el que lo segundo es algo nuevo. No obstante, Hegel no se detiene aquí y considera que aún se puede ir más allá: unificar los dos momentos para pensarlo conjuntamente. Esta consideración que abarca la tesis y la antítesis supone una gran novedad, pues se logra, por un lado, la supresión de la separación entre tesis y antítesis y, por otro, la conservación elevante que reúne. Pero aún hay más: el universal, de este modo, no se separa de lo que engloba, no es abstracto, sino concreto (idealismo absoluto).

No obstante esta solución de Hegel exige en la persona un talante especulativo de nivel, primero porque exige pensar infinitamente, porque a partir de A hay que pensar también de manera positiva NO-A y, a posteriori, pensar A y No-A en una única consideración y no como dos oposiciones como puede ser abierto y cerrado, sino abierto-cerrado en un mismo acto unificado no opuesto. Brutal, ¿verdad? De todos modos hay que advertir ya el error de Hegel, que es poner en Dios el principio del resultado. Hegel considera que el Absoluto es autoconciencia, pensamiento que se piensa a sí mismo y encierra en sí mismo la totalidad de lo real. No obstante la manifestación del Absoluto es un dinamismo gnoseológico, es decir, Dios se hace consciente en el ser humano, y este hacerse consciente es el mismo autoconstituirse de Dios. Así, en Hegel, hombre y Dios son momentos dialécticos de un único devenir espiritual, es decir, la realidad de lo finito consiste en ser exclusivamente un momento de lo infinito: lo finito es impensable si no se piensa siempre en su relación con lo infinito. Por tanto la filosofía no es el estudio del absoluto, sino el estudio absoluto del absoluto. Se unifica en una sola filosofía, la filosofía del ser y la filosofía del sujeto. El sujeto hegeliano es sujeto y sustancia, es decir, el conocimiento no es conocimiento de lo que está ante el sujeto, sino autoconocimiento, que no hay que confundir con el puro subjetivismo, pues la sustancialidad y la objetividad pertenecen como A y No-A al sujeto que se sabe a sí mismo. No obstante esta filosofía es puramente formal y no genera contenido alguno, es inadmisible.     



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